Nadar sin tu compañía

pexels-arina-krasnikova-6663457-scaled-thegem-blog-default

¿Oyes las voces, querido amigo?

Son del ayer.

Desaparecen.

No vuelven a convencer.

Existieron y en el plano

del pasado se quedaron.

 

Hace unos días te visité, amiga adorada:

estabas reluciente

con tu sonrisa

—habías avanzado en tu vida—.

 

Fallo como amigo,

escapo de todos para encontrarme

conmigo mismo.

 

No suelo demostrar afecto a simple vista,

el enamorado guarda silencio:

llega a ser profundo

y se queda en el vacío.

 

Me preguntan si mi cariño es irreversible:

se opaca con la nostalgia del momento.

 

Como una paloma al mediodía,

vuelo sin rumbo fijo,

esperando un nuevo mito.

 

Una historia de amor

es una historia de dolor:

tiene diferentes interpretaciones:

en las amistades es una vorágine,

en las parejas sostiene un paroxismo

y en la familia carga consigo una vehemencia.

 

Melancolía a su alrededor.

Transparencia en su interior.

 

Creo en la reciprocidad:

nadie merece ser una segunda opción,

un plato asegurado:

vivir a escondidas del interior,

fallando al exterior.

 

 

 

 

 

Armo mis maletas:

en un punto de la vida

nos volveremos a encontrar,

pero ya no seremos los mismos,

pasaremos a cambiarnos de pensamientos,

habremos conocido nuevas personas

—cada una de ellas demostrándonos

cariños distintos—

y abrazado otras almas.

 

Le digo al viaje:

 

«Ayúdame, por favor,

estoy cansado,

con el corazón

hecho pedazos,

con las lágrimas

sobre la taza de té

y con un dolor en el

pecho».

 

No debí demostrar mis sentimientos.

 

Nunca fui lo suficientemente valiente

para alcanzarlos en el camino:

cada uno va por un rumbo distinto;

yo tomo el caballo de mi propio

destino.

3

Dejar un comentario

X