Paciencia

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Miras por la ventana; todo es diferente. El paisaje, el barrio, las personas, sus actividades… Te alejas un poco, te recuestas en el sillón y rememoras aquellos instantes en los que tus miedos eran más remotos y quiméricos. La infancia es invaluable, lo repites una y otra vez en tu mente.

Observas la lejana montaña que se asienta en el eterno valle y piensas en cuántas estaciones no ha visto transcurrir. Ella, seguramente, todo lo sabe, y te es reconfortante pensar de alguna manera en su sabiduría.

Decía Rudyard Kipling que al éxito y al fracaso habría que tratarlos con la misma indiferencia, sin embargo, no puedes ignorar ese cambio que estás experimentando, y, sobre todo, no sabes si encasillarlo en logro o en frustración. Quisieras tener ese estoicismo y esa impasibilidad de la montaña para dejar de lado eso que sientes y que no dejas salir de tu cabeza, pero, al mismo tiempo, no quisieras observar por siempre las transformaciones que ahí acontecen.

Agarras ese libro que te gusta y lo lees, ves una película que llamó tu atención y te preparas esa taza de café que no puede faltar en todas tus tardes. Sigues pensando… Cuando algo cambia en nuestras vidas relacionamos todo eso como un proceso de aprendizaje. Ojalá lo asimilara así todo el tiempo, piensas.

Esperas con paciencia; es tiempo, ahora, de regresar a casa, aunque temes volver a la rutina de esa espiral de pensamientos en muy poco tiempo.

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