
Me sentía muy sola pensando sobre ello… En realidad todo pensamiento es solitario; aunque sean influenciados por alguien más, al final los pensamientos son escritos con las letras de tu nombre… En fin. Tuve la necesidad de volver a casa, a esa cálida esquina de mi mente, ilusión de calor proyectada por mi continua estancia en tan estrecho espacio, espacio sumamente helado en realidad… Tenía una ventanita que daba hacia todo lo que había pasado, y otra que destilaba en trazos empañados lo que podría pasar. El paisaje que se vislumbraba desde la primera siempre seguía creciendo, y desde la segunda cada vez veía menos —menos trazos, menos vida.
“¿Mamá?” Encontré esta memoria cuando me acerqué a revisar lo que pasaba con la ventana del futuro. “¿De qué color puedo pintar el reloj?”
“No lo sé, Cariño. ¿De qué color te gustaría hacerlo?”
“De cualquiera, menos este,” le respondo, años después.
Y más años después lo sigo haciendo.
Decidí ir al lugar donde tomé estos colores, pero solo encontré vidrios, pedazos de memorias hechos cristal con el nombre de algún color escrito en ellos. Recordé que estos cristales, que ahora me son distantes y extraños, son los mismos con los que construyo aquellas ventanas…
Desnudé de cristales los marcos, pero no pude ver nada. Luego, en su lugar, coloqué todos los cristales al mismo tiempo… Y entonces lo pude ver. El tiempo. Yo.
Me sentía muy sola pensando sobre mi vida, y cómo había pasado tanto desde la última vez que la había pasado bien, mirando aquellos momentos volviéndose horizonte a través de ambas ventanas. Pero, en realidad, cuando vi, no a través, pero con, con todos los cristales, me vi a mí misma en todo lo que veía: mis asociaciones y proyecciones consteladas sobre cada unidad reconocible de mi percepción.
Así, después de rendirme ante la realidad, empecé a limpiar cada cristal antes de querer cambiar lo que veía con ellos. Y entre las figuras que empecé a reconocer, encontré el abrazo de la paz, de un buen tiempo. Porque entre el 0 de lo pasado y el 1 de lo futuro, este Lugar que somos nosotros, que vemos y sentimos como el presente, es el único sitio al que podemos ser. Y así, quizás, uno puede alcanzar, sin importar lo visible en las ventanas, un momento en el que todo esté bien porque se le ha encontrado a uno mismo.
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