
Para Julio César Torices de la Cruz,
mi compañero de viaje y aventuras.
Nos volveremos a ver amor.
Desde que nacemos somos insertados en una sociedad compleja que ya tiene establecidas las reglas del juego para cada una de las etapas de nuestra vida. Conforme vamos creciendo se nos inserta en diferentes espacios sociales y educativos; en cada uno de ellos se dictamina cómo debemos ir estructurando nuestra identidad, emociones, conductas y reacciones a las diferentes vivencias que vamos atravesando. Se nos cuestiona siempre por nuestros deseos, qué deseamos para nuestra vida personal, profesional y laboral, pero nadie nos dice que a lo largo de nuestra vida tendremos perdidas y que la muerte de un ser querido no tiene comparación con ninguna, por el vacío y la profunda tristeza que produce.
Este año, como miles de familias, afronté la pérdida de un ser amado a manos del COVID 19. De golpe me sumergí en la etapa más oscura de mi vida. Ser profesionista y tener un buen trabajo no evitó que tuviera que vivir el dolor, la ira, la frustración, la negación y sentimientos de culpa por su partida. Fue asombroso tener que emprender una lucha contra la presión social, familiar y laborar que me ejercieron para sobreponerme y seguir siendo productiva. En este proceso de duelo que estoy tramitando de la mano de mi psicóloga entendí que estamos sumergidos en una sociedad donde hablar de la muerte es un tabú, donde la reflexión, que escuché en Hello y Bye, mamá: “Nadie nace sabiendo cuándo será su último día en este mundo. Presenciamos muchas muertes en la vida, pero, si no me está pasando a mí es el drama desgarrador de otro. El protagonista de ese drama podría ser mi madre, mi padre o yo. El mundo es impredecible. No hay nada que no pueda ocurrirme”, ha cobrado sentido para mí.
Si bien nadie quisiera transitar por el dolor que causa la muerte también es una realidad que vida es igual a muerte, y todos, en algún momento, pasaremos este trago amargo. Sin embargo, el contar con una red de apoyo nos permite, poco a poco, sobreponernos. Su partida cambió por completo mi cosmovisión de la vida y me enseñó a valorar cosas tan cotidianas como comer o disfrutar de una plática con mi mamá, pero la lección más importante es ser empática con el dolor de otros y no decir frases como: “Te comprendo”, “Él no quisiera verte llorar”, porque realmente no podemos comprender a la persona, y estas frases incrementan el dolor de quien está viviendo la perdida. He dejado de ser indiferente ante el dolor de otros, ahora puedo otorgar un abrazo o una palabra que valide su pérdida en una sociedad donde lo único importante es estar siempre bien.
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