Violeta

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Amor mío, Violeta.

Hace tiempo que no pienso en ti.

Esta mañana te recordé sentada en la mesa, como cuando escribías hasta el amanecer.

Cada vez que ibas a la cama, me despertaba para sumergirme en la cotidianidad.

Por un largo rato pensé en lo que pudo haber sido de ti, perdida entre historias y novelas, escribiendo de la vida sin siquiera haber vivido ni deseado hacerlo, pensando en amores del pasado y enemistada con el futuro. Perdida en el presente.

He caído en la cuenta de que el tiempo es solo eso, una palabra. Algo que no puedes ver, ni tocar, ni vivir, ni saborear. Un sistema de medición, un invento del ser humano, tan insípido como significante para su propia especie.

Ese mismo artificio temporal que se transforma en un quién. Quien me toma de los brazos y me jalonea hacia el olvido, llevándome a una puerta oscura, de madera lóbrega que, al abrirse para tragarme en su miseria, expulsa una luz fuerte y blanquecina que ciega mi vista hasta consumirme en cenizas. 

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Eras una niña.

Lo más probable es que ahora hables como una mujer de cien años, que luzcas como una jovencita con la mente de una anciana; melancólica e infeliz, deseosa de pasión, pero tan solitaria como un pez perdido en el mar.

Me pregunto si aún lloras al ver ese árbol frente a casa, o si se ha secado desde que me marché.

Aún me inundo de preguntas que no tienen respuesta, o más bien de respuestas que conozco, pero quiero desconocer igual.

No sé si has muerto, si vives aún, si te mató la miseria o si te suicidaste con la espina de una rosa.

El reloj de mi muñeca se ha detenido, se quedó varado en nuestra despedida. Seguramente, el reloj que colgaste en la pared de la cocina camina al revés, perdido en la locura del tiempo, al igual que tú.

Me duele no extrañarte, aunque no sea cierto.

Fuimos tan diferentes y similares a la vez, que podríamos ser el mismo ser humano, aunque tal vez lo seamos ya. Ni siquiera sé si somos humanas.

Aun así, no nos salvamos de ser esclavas del baile entre la luna y el sol, concibiendo los días.

Días que se convierten en semanas y luego meses. Hasta que pasan los años y nos borran la memoria o la sencilla humanidad en nuestra conciencia.

Violeta, amor mío. No sé cuándo regresaré, y tal vez nunca lo haga, pero anhelo que me envíes un beso a través del aire, aunque se borre con el smog de la contaminación ajena, de los respiros del pasado o los suspiros del presente.

Ya no te amo, pero deseo que aún me ames tú, amor mío.

-Violeta

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