A Alejandro le decían Gato

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De vez en cuando me viene el recuerdo de ese papel húmedo y arrugado en el que, a los doce años, me dijiste que te gustaba. Lo escribiste en letras mayúsculas, salvajes, de un tamaño que no pusiera en duda la confesión que acababas de hacerme. Tu ímpetu me asustó, sobre todo, me asustó tenerlo físicamente en un papel que me enfrentaba con algo desconocido. En mi mente, ese objeto ahora era evidencia de algo terrible, como un virus que al contacto me infectaría de algo que se llevaría mi infancia. Yo no quería eso. Nerviosa, huí a casa queriendo olvidar lo sucedido. Nunca me habías hablado y ese día te atreviste a poner en mi mochila la declaración de un sentimiento extraño que me asustaba. Seguro no te acuerdas. El tiempo pasó llevándose esas inquietudes ingenuas que la adultez te arrebata, es por eso que mirar atrás me conduce a canales melancólicos de los que nunca salgo triunfante, ¿acaso siempre será así?

No importa, hoy es otro día de aquellos que también se irán. Toma agua, duerme temprano, mañana tendrás que trabajar.

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