Astillas

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Los buenos tiempos los hacemos nosotros, digo mientras miro a mi padre sentado frente a mí, en una larga mesa de mármol, en un restaurante extranjero, en lo alto de una montaña. 

En su tiempo este lugar no era lo mismo, para subir a donde estamos él tenía que caminar descalzo y no sobre cemento, ni siquiera sobre un buen pavimento y mucho menos por rueda. Más de una astilla encontraba su hogar en la planta que no ve el sol. Esos callos permanecen, ahora cubiertos de cuero. Desde el fondo mi padre llevó consigo estragos a la superficie. Logró respirar. 

Otros se ahogaron, jamás vieron el sol. Terminaron recostados sobre la calle, inyectándose felicidad por las venas que cada vez funcionaban menos. El humo no era de colores pero tenía ese café común en todo vapor nocivo. Mientras algunos clavaban astillas en sus pies, sin opción, otros los exhortaban a encajarse donde el dolor era silencioso y engañoso, pero aún más siniestro. Él supo escoger qué astillas, porque alguna se tenía que clavar. 

Corría él sin descanso, desde el amanecer hasta el ocaso. La escuela era una prioridad, pero nada domina más el alma que la dedicación de un atleta. Los pies de mi papá fueron su único medio de transporte. Corría a la escuela, tomaba clases y comía si podía. Lo que nunca faltaba era el segundo calentamiento del día; ir a la unidad deportiva. Corría decidido, descalzo y astillado. Mientras unos huían del calor, a la sombra cómoda de la vegetación, parecía que mi papá se la vivía buscando el sol. Cada quien tiene su propia forma de afrontar la vida, pero pocas llevan verdaderamente a los buenos tiempos.

Aquí. Aquí es donde pasé mi infancia, en las calles de la ciudad, me dijo mi padre. En aquellas calles peleaban, vendían lo que encontraban para comprar algo de comer. Alguna forma de sobrevivir, de escapar. Buscaban y buscaban algo bueno en la vida, y las salidas fáciles frecuentaban el mercado. Por un precio bajo ahora y caro a la larga tendrás felicidad falsa algunas veces, cada vez menor, ¿te parece?

Sentí todas las emociones de mi padre recorrer mi cuerpo. Entonces, me llegó la verdad. Lo bueno no llega por sí solo y el bienestar es difícil de encontrar. Las salidas fáciles no son salidas, son formas de convencerte de que no estás atrapado, mientras respiras entre los barrotes. Lo bueno se construye: uno decide activamente, cada momento de su vida, construir o no sus buenos tiempos. 

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