Cuando hace sol

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Insania. Incertidumbre, pena, pasión. Todo eso a lo que los humanos llaman amor.

Cada mañana trato de entender aquello, mirando la ventana mientras el sol atraviesa los cristales y el azul cielo se derrite sobre los árboles, pensando en cómo esa humana se apiadó de mí.

Cuando regresa a casa por las tardes, me abraza a pesar de que mi pelaje se ha llenado de pelusas por dormir bajo el sofá. A veces me deja subir a su cama o morder sus orejas mientras duerme, o sólo me recuesta a su lado y me cubre con su cobija.

Jamás ha ronroneado al abrazarme, ni ha masajeado mi lomo al acariciarme, pero ha usado aquella palabra cuando estoy con ella. Amar.

Yo sé que ella ama a otros humanos, ella me ha contado. Así como me ama a mí, así como dice amar al perro, aunque sé que lo dice por mera obligación.

En ocasiones, me acoge entre sus brazos antes de ir a la cama y habla de una cebolla culpable.

Aunque no es una cebolla en realidad. Dicen los humanos que la cebolla te hace llorar, pues los humanos también. 

Pero sé que ella tiene una razón para hacerlo, para llorar por un cebolla-humano. Lo ama, o no lo ama, o no lo sabe.

Una tarde, al besar su nariz, acaricié sus mejillas con mis bigotes.

¿Has encontrado ya la punta del estambre? Habría preguntado si “miau” no fuera lo único que sé decir.

Estábamos sentados en el sofá y sólo había silencio, pero podía escuchar el ruido de sus pensamientos.

He ahí, de nuevo, esa palabra. Insania. El sonido de los autos, carcajadas y gritos, una radio encendida y una televisión con el volumen al máximo, ensordecedor. Y ella, en medio de todo el caos.

—Han pasado años y nunca supe amar. Ahora que sé cómo se siente, debo soltar ese corazón para que pueda amar a alguien más. 

Entonces, después de varias mañanas mirando a la ventana, supe que amar era el sacrificio más humano que se podía hacer. Incluso si lo único que une a dos seres es el sentimiento, por sobre lazos de sangre o deuda social.

Soy un gato que no distingue entre perro y zopenco, y ella me ama por mi simple existencia.

Pero encontrarla mirando el amanecer me hace presentir que teme perder a ese otro humano.

Sería equívoco caer en la malinterpretación, que creyese que ella no le ama cuando está apretando su propio corazón para soltar algo que no le puede pertenecer.

Porque bien sabe que todo lo dicho es mera verdad, y seguiría amando a ese dilecto corazón, incluso si vacila en ser amada o no.

Entonces no ha dejado de amar, ella aprendió que amar es dejar ir.

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