Don Güero

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El Güero es un gato gordo de color amarillo con una mancha en forma de rayo blanca; también su pecho, su panza y sus patas son blancas. Posee un carácter un tanto amargado, no puedo decir por qué es así ya que llegó solo a la casa cuando apenas era chiquito. Su amargura no le deja ser cariñoso ni juguetón sino, más bien, traicionero y convenenciero. Si un día le das de comer, te quiere y te ve con buenos ojos; pero si al día siguiente ya no le das, se va y te olvida.

Todas las mañanas su rutina consistía en maullarles a mis papás para que se dieran prisa en bajar a la cocina y darle su sobre de comida que podía ser de atún o de filete de res. El de atún era su favorito. El atún siempre le ha gustado, desde el enlatado hasta los medallones carísimos. Una vez desayunado, proseguía a encaminarse hacia las escaleras, las subía, entraba al cuarto que antes era de los abuelos y que era el más grande, y elegía en cuál de las dos camas acostarse, en cuál de los dos sillones o, bien, elegía donde diera más el sol. Casi siempre escogía la cama de colcha azul a la que le daba todas las mañanas bastante sol y se echaba bien a gusto ahí. A veces se acostaba en su cama que parecía un nido. Estaba hecha con una bolsa de plástico roja con el relleno de alguna almohada, rodeada de un chal gris de mi abuela y una cobija azul de flecos. Le decíamos nido porque eso parecía y cuando él se acostaba parecía un gran pájaro amarillo gordo reposando.

El resto del día dormía, en ocasiones bajaba a la hora de la comida para ver si se le invitaba algo de su agrado y, si no, se iba otra vez a su cuarto a dormir. Puedo asegurar que era un gato dichoso porque tenía la recamara más grande de la casa, además de infinitos lugares donde echarse a dormir, y contaba con defensa propia, es decir, nosotros, los humanos, porque de vez en cuando venían a la casa gatos arrabaleros y peleoneros que le pegaban y se comían sus croquetas. Él siempre nos avisaba para que sacáramos a esos intrusos de la casa y teníamos que obedecer las órdenes de su majestad. No siempre se salvó de que le pegaran. Una vez le mocharon la oreja, pero no pasó a más. Con todo esto relatado, recuerdo al Güerito a un año de su muerte.

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