Eclesiastés 3.1

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“Omnia tempus habent”…

No me has creído que debes esperar algo mejor, así te has estrellado constantemente con lo menos conveniente…

 

            La recriminación, clara y fuerte, resonaba lenta mientras caminaba. Era verdadera, ¿cuántas veces habría de escucharla? Ya resultaba suficiente el dolor de la pérdida, de saberse burlada y con el corazón trémulo, como para tener tanto rato esas palabras martillando la cabeza.

 

           “Omnia tempus habent”…

             Por un amor que inició con Horacio, ahora sentía a todo el latín mancillado. «Catulo me suena a él, y las recriminaciones de Plinio, tan graciosas a veces, me recuerdan a sus chistes… No llegamos a leer algo de Plauto, pero sé que tendríamos mucho que decir. Una vez, respecto de Cicerón, halagó mi memoria».

                 Justificarlo era la primera idea, luego, excusar los sentimientos: «Quizás interpreté mal, no me amaba, solo era un amigo con una demostración de cariño particular; pero no era amor». Sin embargo, una amiga la detuvo: «No. Hay cosas que hace un chico enamorado, y él las hacía. Vos no te culpes, no entendiste mal. Él no sabe lo que quiere, y, al no obtener de ti algo cuando lo necesitaba, ahora te descarta porque lo obtiene de otra persona». Así, seguía pensando, «¿Fui una opción más de toda una lista entonces?”. Y la respuesta resultaba la punta de un puñal que se revolvía en la herida: “Sí, una más. Si no eras vos, era otra… Como lo fue».

 

               “Omnia tempus habent” … era un rezo.

                 Ya llegaría el momento de curar el corazón (otra vez).

                 Ya habría tiempo de decantarse en lágrimas (otra vez).

                 Ya se volvería a recomponer (otra vez).

                 Ya volvería a creer en el amor -y a buscarlo en una lluvia, una rosa, una pluma, una nube- (otra vez).

 

                   Es que, a los buenos tiempos, “nadie ve la muerte que les palpita dentro” (Circe Maia), y todas las bellas palabras de un día, caducaron. «Pensé que era distinto».

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