Epístola para la muñeca vudú

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Muñeca vudú:

Me pinchas, me hielas.

Roto tienes el corazón

y deshilados los pensamientos.

Sea él caníbal del frenesí:

heridas abiertas 

por desamor y gangrena,

ojos salidos 

por congoja perpetua.

A él le gusta amedrentar,

desdeñar, 

engullir la ilusión;

el suspiro del enamorado

aviva su hambre 

de rêve, appétit.

No es la flecha de Eros que duele,

son sus garras ensangrentadas,

bermejo cordón hipócrita,

destripa 

 los anhelos distantes.

Cumplidos que te apañas, 

perecen 

como el encanto del ser amado,

caducan inocentes, 

rancia juventud del deseo.

Acarreado corazón impulsivo

con el perverso

 y pérfido sexo.

Burlas profanas lanza el caníbal:

¡Ahógate! 

¡Piérdete!

Esputa, saboreando 

mis vísceras 

de mariposas podridas.

Ahora, 

es mi espíritu el que coseré,

Muñeca vudú, 

¡mi agujereada entraña!

Erzulie

¡diosa añeja!, invócale,

pero él, caníbal, 

arrancó la lengua

y carcomió la fe.

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