Las palabras sobran

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En mi mente te escribí innumerables cartas de amor que nunca me atreví a mandarte, es más, que ni siquiera me atreví a ponerlas en papel.

Lo hacía de manera tonta, casi involuntaria: 

cuando te saludaba al llegar a la escuela, 

cuando me sonreías, 

cuando interrumpías mis pensamientos sólo para hablar conmigo,

te escribía una carta de amor 

porque me habías enamorado sin pretenderlo.

Y yo te seguía, de la misma forma en la que tú me seguías a mi. 

Puedo vernos, lo recuerdo, aún éramos unos niños 

intercambiando miradas en clase, 

compartiendo risas en el recreo.

Y cuando nuestros pocos amigos por fin nos dejaban solos 

yo tomaba tu mano, jugaba con tu pelo, y te escribía una carta de amor.

Recuerdo que el camino a casa después de despedirnos era lo más difícil 

porque era cuando me enfrentaba con mis sentimientos hacia ti 

y las decenas de cartas de amor que te había escrito 

retumbaban con más fuerza en mi mente. 

Siempre conseguí acallarlas, salvo dos ocasiones en que tomé una pluma 

con intención de escribir mi carta, y las dos veces no pude escribir ni una sola palabra.

Porque las palabras jamás se compararon con verte con el cabello suelto 

o escuchar tu risa 

o cuando me pedías un abrazo. 

Éramos muy jóvenes para saber cómo querernos, y siento que entre nosotros siempre sobraron las palabras.

No pensé en ello por mucho tiempo, 

pero en un rincón muy especial de mi mente

siempre van a estar guardadas 

todas esas cartas de amor 

que nunca me atreví a enviarte, 

pero espero que, algún día, puedas leer.

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