Ahora que soy adulto no dejo de mirar hacia atrás y pensar en los buenos tiempos, esos tiempos de niñez, donde la vida, las relaciones y el mundo eran más sencillas, inocentes y divertidas; donde los buenos tiempos eran…
Poder despertar por la mañana con la seguridad de que mamá y papá están en la otra habitación, con la certeza de que ahí están y estarán, ese sentimiento de protección y seguridad que te daba la oportunidad de hacer planes y pensar en una vida feliz con ellos, donde imaginabas que les darías esa casa, ese viaje o ese juguete que tanto querían, donde la ausencia y las sillas vacías no pasaban por tu cabeza.
Pensar qué jugar o con quién jugar era tu mayor preocupación, ese era tu desgaste mental, donde la imaginación era tu mejor aliado para construir mundos y ciudades enteras solo para divertirte y pasar el rato, y no una imaginación desperdiciada por las preocupaciones banales de la adultez.
Era estar en pijama todo el día, en cama, frente al televisor, moviendo tus piecitos de un lado a otro, esperando la hora para poder mirar tu programa preferido con tus dulces favoritos, y no esperar la hora de salida del trabajo con el traje arrugado por todos los problemas que tuviste que enfrentar en el día.
Era tener una relación estrecha y amigable con la comida, donde los dulces, los pasteles y la comida chatarra eran tu plato del buen comer; y no ese símbolo de culpa cada que lo engulles en tu boca, contándolo para saber cuánto deberás no comer o correr al siguiente día.
Era afrontar que tu mayor desilusión era ese juguete olvidado por los Reyes Magos ese 6 de enero, ese juguete que no encontraste debajo del árbol, que esperabas con mucha esperanza; y no la desilusión de un mal amor o un amor no correspondido, donde la desilusión viene de una persona importante y no de un objeto.
¡Cómo deseo regresar a esos buenos tiempos!, esos tiempos que no regresarán, que se quedaron en el olvido y que no supe mirar con tanto amor y devoción como lo hago hoy.
8