Púrpura al atardecer

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Ana salió un instante a la superficie. Llevaban estacionados en esa parte del planeta al menos tres semanas. Los robots que habían mandado a recolectar información reportaban que el oxígeno era respirable, así que esa tarde salió a ver todo a su alrededor. La sorpresa del frío, del viento que soplaba con fuerza, no la asustó, sino que le dio el impulso para encontrar un buen sitio para observarlo todo: podía ver la nave flotando tras de ella y enfrente un mar de árboles que se agitaban por el viento. Pensó que nunca había imaginado que todo estuviera lleno de sonido. 

—Lo extrañas, ¿verdad?  —La voz de Aaron la trajo a la realidad, estaba en un mundo que le seguía pareciendo extraño.

—Todos los días —el aire que se respiraba allí era muy distinto al de la estación donde vivían, más denso, lleno de nuevos olores—. Pero más en las noches.

Poco a poco los dos se fueron perdiendo en el atardecer que pintaba las nubes de púrpura y de amarillo como nunca lo habían imaginado. Ana pensaba entonces que, en alguna parte de ese planeta, que alguna vez fue el hogar de muchos humanos como ellos, antes del desastre, de las enfermedades, de que las selvas como la que veía ahora desaparecieran, Carlos debió ver ese mismo cielo, preguntándose si alguien estaría en camino para encontrarse con él.

Y es que cuando les avisaron que era tiempo de mandar a una expedición a la Tierra para comprobar cómo estaban las cosas, Carlos fue el primero en ofrecerse. Ana trató de convencerlo de que no fuera, pero todos sus ruegos fueron en vano. Incluso intentó hacerlo entrar en razón hasta el último día que ambos estuvieron en la estación, pero esa noche, después de hacer el amor, finalmente Carlos le confesó la razón de su terquedad por regresar al planeta. 

—Mi abuelo me contaba historias del cielo, de sus colores, de lo inmenso que era. Mis papás decían que estaba loco por querer recordar siempre los buenos tiempos. Yo creo que no están completamente perdidos, quiero ver ese cielo y un día recordarlos contigo.

Sin embargo, casi al llegar, la nave perdió comunicación con la estación. Tres años pensando que el amor de su vida se había perdido para siempre y luego una llamada, con su voz diciendo que el mundo era completamente habitable, que él había logrado sobrevivir. Por eso estaba allí ahora viendo el cielo del atardecer. ¿Era tan hermoso como Carlos lo soñaba? Eso quería preguntárselo directamente, aunque tuviera que esperar otra eternidad.

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