Y de pronto, no puedo dejar de ver la hora en el celular. El tiempo aparece cada vez que quiero escribir un post o enviar un e-mail. Las horas corren, los minutos vuelan y las manecillas nunca se demoran. No puedo y no quiero, en unos meses es mi cumpleaños y aún no logro entender por qué el tiempo, de pronto, es tan veloz. Todos parecen estar ocupados en una mecánica rutina de saludos y no prestan atención a la muerte de un periodo. Es una pena que no me atrevo a cargar.
Lo que me afecta no es el hecho de cumplir años, es el hecho de que ha pasado un año sin bulla, sin carcajadas o, por lo menos, algún golpe funesto. El año simplemente pasó sin decir nada, ¿es acaso un año perdido el que despido?
Comprender que todo se resume en aceptar la derrota de un lapso de 365 días no es tan difícil. Sin embargo, no es un fracaso total, el año llegó para mostrar la fugacidad de una temporada: la vida está compuesta por una cantidad enorme de ellas y cuando no se presta atención se desvanecen en la insignificancia del momento para que el ser humano note que está errando. No es una pérdida, es una advertencia.
Este año será distinto porque, al conocer yo el secreto, el miedo me ha temido, la decisión me ha abrazado, el coraje quiere acompañarme y el bienestar empieza a marcar la ruta; juntos buscamos la fortuna y, seguramente, en un año nos volveremos a ver para agradecer el cambio de panorama.
Hoy solo quiero contarte que, una vez que entendí que el tiempo es desigual e incluso contradictorio, mi vida se tornó lenta. Hay poca necesidad de apresurarse, pero la prontitud apremia en ocasiones. La cuestión está en el balance, fluctuar entre un momento de contemplación y otro de acción: la luna y el sol, invierno y primavera, un sí y un no, caminar o nadar, soltar o empeñarse hasta el final, viajar o dormir, poner un poco o darlo todo. Es muy simple: hay que animarse a elegir. Es un buen tiempo.
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