Relojera

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Las manos arrugadas tallaban delicadamente la madera de roble. Era una pieza única (como todas las que había creado antes) y requería especial atención si quería que fuera un buen reloj. Para la anciana de manos temblorosas y lentes de botella no había nada más importante que los detalles de ese instrumento que estaba fabricando. En su pequeño taller el aserrín volaba libremente y la esencia de las maderas transportaba a los visitantes hasta un antiguo bosque. 

¡Toc! ¡Toc! se escucharon los golpes en la puerta que, por supuesto, la anciana también se había encargado de crear. 

¡Adelante! gritó con su ronca voz. Después de todo, el respirar las partículas de la madera había causado un efecto permanente en sus delgadas cuerdas bucales. 

Abuela dijo la pequeña niña que entró al lugar sin ninguna ceremonia especial—. ¿Otra vez con los relojes? ¿Aún hay personas que los necesitan? 

Oh, mi pequeña. Eres ingenua, y mucho. ¿Crees que la gente dejará de requerir mis artesanías? No, nunca. 

Pero la gente ya no mira a los relojes. ¡Siempre andan a prisa! En la pantalla del celular miran la hora, de nuevo van tarde, ¡y a correr o tendrás retardo en el trabajo! ¿No es así, abue? 

Oh, sí. Tienes razón, eres una observadora discreta pero sincera. Sin embargo, aún te falta tener mis ojos de gato —la anciana sonrió con complicidad y dirigió su gris mirada hacia las coloridas iris de su nieta—. Te falta mirar los detalles. Las personas nunca dejan de avanzar, como mis creaciones: las manecillas siempre giran y giran. Al igual que los relojes, tienen sus momentos de esplendor: cuando las campanas marcan el comienzo de una hora y el inicio de otra. Esos pequeños instantes de gloria, en los que el tiempo se detiene para que la realidad explote de mil formas y todo se vuelva radiante. Esos momentos son por los que vive la gente. No respiran para correr sin rumbo, sino que sus corazones laten para detenerse en el punto perfecto, entonces logran guardar los segundos de felicidad en su memoria, para correr de nuevo y esperar a que esos minúsculos y dichosos instantes se repitan. Como en cada vuelta del reloj, como en cada año, siempre esperan los buenos tiempos.  

Entonces, ¿corren para detenerse? la nieta estaba confundida. 

No. Corren para encontrarse.

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