
No sabía si el sentimiento era mutuo y eso era lo que no me dejaba en paz. Lo peor era que, por lo que ya te dije, ni siquiera podía preguntar, ni a ella ni a nadie. Pero era difícil porque cada día solo pensaba en eso. Intentaba hacer de todo para distraerme; leer, escribir, caminar, ir al cine… todo. Pero era inútil, porque tarde o temprano mi mente volvía a ella. Cada día la espera por sus mensajes se iba haciendo cada vez más insoportable, así como también aumentaba la tranquilidad que sentía cuando hablábamos. Ni qué decir de sus audios. Los escuchaba una y otra vez. Y cuando nos veíamos… Aunque solo hubiéramos estado juntos dos minutos, eso era lo único en lo que pensaba después. Era todo tan pueril. Por otro lado, no poder hablar de eso con nadie hacía que todo fuera más difícil. ¿Te imaginas lo que me habrían dicho, lo que habrían pensado, si le contaba a alguien? Simplemente no podía. Y lo que empeoraba todo era que yo sí quería hablar de eso con alguien, mostrarle los mensajes, hacerle escuchar los audios, saber si el sentimiento era mutuo o si todo era simplemente una telaraña que yo tejía en mi cabeza y en la que cada vez me enredaba más. Después la cosa se fue complicando porque comenzaron las ganas de hablarle, de confesarle todo. Era imposible, yo lo sabía. ¿Te imaginas qué hubiera dicho? Y sí, eso era lo peor. Porque si la situación hubiera sido diferente me habría podido arriesgar. Al final, no importaba si nadie más lo entendía; con que solamente lo hiciéramos nosotros bastaba. Pero tampoco podía decirle nada, me tenía que conformar con una bonita amistad y nada más. A veces todavía me pregunto qué habría pasado si se lo decía. Y cuando pienso en eso me doy cuenta de que lo peor no habría sido lo que los demás hubieran dicho, sino que ella se alejara. Qué estúpido es a veces el amor, ¿no? Te hace quedarte por migajas imaginarias en lugar de ir a otro lado por comida de verdad. Aun así, a veces pienso que habría valido la pena arriesgarlo todo y ver qué podría pasar, mandarle un mensaje y archivar la conversación hasta que llegara una respuesta. Luego lo pienso mejor y me doy cuenta de que lo más probable es que me habría dicho que no. Entonces me pongo a pensar que, de todas formas, habría terminado sufriendo. Así que supongo que al final daba igual, ¿no? Al dolor y al miedo uno nunca los supera. Uno solamente se acostumbra.
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