El decálogo para amarlo

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Para amarlo hay que mirarlo cuando estudia, memorizar la delicadeza con la que sus pestañas tocan su mejilla mientras lee un poco de poesía.

Para amarlo hay que aceptar su estresante costumbre de dejar vasos vacíos por toda la casa porque se le olvida que acaba de tomar uno de la estantería. 

Para amarlo hay que recordar que le gusta de todo menos el café que a cualquier loco podría agradarle en las mañanas agobiantes.

Para amarlo hay que acompañar cada siesta de mediodía y, sobre todo, en las tardes frías abrazarlo debajo de las cobijas.

Para amarlo hay que aprender de su ciencia, sus experimentos, sus teorías que le enseñan un poco del mundo y sus verdades.

Para amarlo hay que entender sus silencios, el orden de los lapiceros y cuadernos que deja esparcidos en la superficie de sus sueños.

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