La carta de amor a la luna

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Hablar del amor más puro y gentil para mí, siempre había significado escuchar a mi abuela hablar sobre su negrito. Escuchar sobre su conexión incomparable había sido la manera en la que me mantenía creyendo firmemente en que en algún lugar existía la persona que me escucharía hablar de mis sueños raros. 

La vida no me mandó un negrito, pero me regaló algo aún más maravilloso: mi propio rayito de luna.

Conocer a Roberto fue como colisionar contra el universo. Fue épico. No sentí mariposas en el estómago, tampoco escuché la marcha nupcial anunciándome que había conocido a la persona que llenaría mi vida de colores pasteles, neones y satinados; en cambio, todo fue tranquilo y, sin saberlo, se sintió como estar en casa.

Yo que siempre había esperado al destino, no me imaginé que me encontraría con el amor cara a cara. Nos vimos por primera vez en las escaleras de la universidad y  comenzamos a buscarnos, a platicar. 

Fue una madrugada fría en la que en medio de risas avergonzadas nos hicimos saber que había cierto interés. Poco después, con la excusa de que hacía frío, me abrazó por primera vez. La forma en la que me tomó de la mano por primera vez, para no soltarla nunca.

Pero finalmente fue una pandemia y el confinamiento lo que nos hizo darnos cuenta de que queríamos estar juntos, porque nos extrañamos más de lo que podíamos aceptar, y eso solamente significaba que nos queríamos con la misma intensidad.

Y de pronto me vi frente a mi rayito de luna, la luz que ilumina mi vida, el viento que sopla la risa más pura, dos luceros convertidos en unos ojos cafés que te quitan el sueño, una órbita que gravita sobre mi alma, constelaciones que se marcan desde su mejilla. Él, el astronauta que cruza el universo pensando en mí. ¿Cómo podría alguna vez explicar lo que me hace sentir?

Dos años, miles de risas y nuestra vida sigue en constante cambio, pero siempre juntos de la mano. Quiero vivir una vida larga a su lado y recordarle que lo amo cada segundo.

Si me preguntan, lo supe la primera noche que hablamos. Si le preguntan a Roberto, dirá que fue la risa que le saqué en aquella fiesta infantil a la que fuimos juntos. Yo digo que ya estaba escrito y Roberto dice que soy su Lebenslangerschicksalsschatz aunque no sabe cómo se pronuncia.

Y yo sé que lo amo y ese amor durará mucho tiempo más.

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