
De acuerdo con una de sus acepciones en la RAE, renacimiento es simplemente “la acción de renacer”. Sin embargo, nosotros lo entendemos no solo como el acto de volver a la vida, sino de regresar como personas nuevas, damos por hecho que hubo un cambio extremo que nos hizo encontrar o más bien crear una versión mejorada de aquello que alguna vez fuimos. En este sentido es de particular interés observar que la mayoría de las veces renacer se asocia únicamente con características positivas. De manera contraría, podemos decir que hay un espacio especial, donde renacer se vuelve algo oscuro y violento, en donde aquella nueva persona no es solo completamente distinta, sino que difícilmente podría ser considerada una mejora de la anterior. Este es el espacio del horror femenino.
Tomemos por ejemplo la película canadiense del año 2000 Ginger Snaps, conocida en México como Feroz, donde nuestra protagonista Ginger, quien da nombre al filme, es brutalmente atacada una noche por un hombre lobo. Ella no muere después del ataque, sino que más bien empieza a vivir una transformación absoluta, tanto física como mental, que nos muestra cómo una criatura salvaje y seductora, con apetitos insaciables, va reemplazando a la anteriormente marginada Ginger. Las cosas de las que antes se alejaba —en especial la sexualidad y lo femenino— regresan potencializadaa, bajo sus propios términos y, además, vienen acompañadas de una sed de sangre incontrolable. Y es justo en los últimos momentos, cuando Ginger ha completado su transformación y no queda nada humano en ella, cuando podemos contemplar un nuevo y siniestro renacimiento, que empezó de manera sangrienta y terminó exactamente de la misma manera. En teoría no fue ni tuvo elementos positivos, pero sí fue brutal, sangriento, sexual y, sobre todo, catártico.
Es solamente en estas situaciones extremas cuando las fuerzas femeninas son desatadas para no dar marcha atrás, situaciones mejor representadas en el horror, en las que encontramos uno de los renacimientos más puros. Uno que está marcado por sangre, sudor, lágrimas y que, en última instancia, permite a la figura femenina librarse de todas las restricciones —históricas, sociales, religiosas, de género, etc.— que le han sido impuestas por siglos para dar lugar a un nuevo ser, completamente distinto e implacable. Somos testigos entonces de un renacimiento retorcido y doloroso, pero quizá necesario para abolir la subyugación femenina.
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