Nadie nos dijo que sería
fácil andar sobre esta tierra,
que los senderos a la muerte
son un atajo hacia su cúspide,
o que el dolor del alma hiere
las soledades que nos restan.
No hubo advertencia en los antiguos
nombres de la melancolía.
No eran presagio: “bilis negra”,
“tristeza sin raíces”, “duelo
frente a una pérdida intangible”.
Pesa la tarde en el sentido
de su cancelación. El nuestro
nos lo ha enseñado un sol más duro
y hemos tenido que aprender
a caminar con él a cuestas
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