Sobre las cartas de amor y el sinsabor

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           ¿A quién escribimos cuando hablamos de amor? ¿Qué buscamos al momento de plasmar en nombre de Eros nuestro deseo? ¿Acaso no era ya claro -desde Platón- que no se busca lo que se tiene sino de lo que se carece? ¿Somos pues seres faltos de otro natural -insiste Aristófanes- desde nacimiento hasta la esencia ineludible de la sed iracunda de Zeus?

 

         Cuando escribimos por primera vez aquella carta, ¿acaso las palabras son inexpugnables o escasean, no rozan lo que en verdad quisiéramos hacer gozosos y gustosos por colocar altares? 

 

         ¿Qué decir cuando hay todo que decir? ¿Qué borronear cuando sería más claro el hacer que el enunciar? ¿Decir todo no es lo mismo que hablar del Todo? El “te amo” se vuelve dúctil, el “te añoro” se presenta soez. Cada palabra debe ser clara, concisa, tenaz y certera. ¡Nos jugamos la vida en ser lo más ecuánimes posible para ensalzar y endulzar la pupila del amado al otro lado del papel!

 

         ¡Yo quisiera ser las letras que lees! ¿Cómo acercarme desde los trazos y entrar en ti como cada palabra que deletrea tu espíritu? El rubor es el color de la tinta, el pudor es el escribano obligado y el deseo es el inspirador gallardo que encomia y genera odas al querido desde lo más sensato y natural.

 

         ¿Qué guarda y protege la carta de amor? ¿Son quizá mentiras pintadas de verdad? La sofística se presenta como arma de dos filos, es pues, el tábano que obliga a los ojos del alma a convencer y saberse deseosa y amada. ¿No es quizá la carta de amor una de las armas más funestas, graves y clásicas en el juego de la guerra y el amor, en el que todo se vale?

 

         Amor y guerra, tal cual, en conjunción; y aquella no puede ser verdadera si ambos  no son verdaderos. El amor va de la mano del guerrero. ¡Soy garbo y lo grito! ¡Todo se vale! ¡Lo importante es que yo gane y el otro pierda, aquello es mío y lo defenderé a capa y espada! La guerra es el camino de los valientes, de los injustos, pero también de los equitativos y de los que no saben conversar. 

         Las cartas de amor encierran todo. Creatividad, dolor, misericordia, melancolía, saludos, adioses, abrazos empapelados, besos recubiertos de tinta. Quizá algunos se sustraigan u otros se aúnen, pero lo que nunca faltará es esto: revisadas las cartas de amor, nos avergonzaremos de los inciensos quemados en el altar de aquel bello amor que hoy es, sí, un sinsabor.

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