
Todas las noches me muero, me dejo cubrir bajo la sábana de la noche y me dejo llevar al reino onírico al que viajo cuando me duermo; cada noche revivo, cada vez con un rostro nuevo.
Siempre procuro verme en el espejo porque nunca sé qué rostro me va a tocar.
Hoy soy un niño. Mi madre me lleva a la escuela mientras la música del carro se difumina entre pláticas de trabajo y algunos reclamos. Me dejan y me dicen la hora a la que vendrán.
Las horas para mí ya no existen. Cada día es como un parpadeo, pero ya no quiero parpadear; siento el sol en mi piel, el aire en mis pulmones y los gritos de los demás niños.
Siento el miedo en la mente del niño que soy, siento su curiosidad y su esperanza de que, cuando crezca, todo estará mejor. Llega la noche y el parpadeo acaba. Mi madre me arropa, me siento seguro, como si, mientras ellos estuvieran conmigo, todo tendría solución. Cierro los ojos y de nuevo me muero.
Despierto y ahora soy otro rostro con otro cuerpo: soy un adulto, tengo tan poco tiempo con todos los humanos que nunca analizo cómo piensan mis huéspedes diarios.
Este hombre se siente cansado, no hay una llama en su corazón como en el del niño, ya no tiene más ganas de conocer y a veces se mueve por inercia, guarda nostalgia en su mente y decepción en su corazón.
Veo su rutina, me tengo que dirigir hacia donde le dicen y hacer lo que debe, pero cuando lo hago parezco un autómata que espera a que el día muera para acercarse más al fin, jubilarse y descansar.
Desearía que fuera diferente, que vieras el mundo con los ojos del niño. Espero que algún día lo logres. Mientras, duerme y déjate morir un poco, tal como te pasa cada día.
Revivo y un nuevo rostro aparece. Soy un anciano y una pared de fotos es recordatorio de una vida que no se puede clasificar como buena o mala. Sólo fue vivida.
Bajo las escaleras. Desearía tener la fortaleza de mi huésped del día anterior, sin embargo, al morir su adultez, su niño vuelve resurgir, dándole una segunda inocencia y una conciencia más profunda de su existir, pues sabe que pronto ya no estará. Su pasado lo persigue, pero a pesar de todo sabe que nada puede cambiar.
Nunca descubro los nombres de mis huéspedes, así no siento compasión por lo que les pasa después de que los ocupo. Si quise saber su nombre, la noche no me lo permitió.
No sé qué pasará cuando duermas hoy, pero sé que por primera vez estaré seguro de que sonreirás y no te preocuparás, porque al fin descansarás.
3