Una magia genuina a la distancia

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  “Léeme esto, y volveré a ti”.
The Notebook (2004) 

 

La carta disfruta de su retiro en el selecto grupo del desuso. El futuro, sin miramientos de ninguna clase, la recluyó aquí. Resulta curioso cómo aquello que llamamos “modernidad” desplaza de manera tajante lo que antes era imprescindible. Sin embargo, no podemos culparla de su situación actual, pues la carta intentó adaptarse a los nuevos tiempos. El correo electrónico es el máximo ejemplo. 

Desafortunadamente, al igual que su contraparte física, el correo virtual también se encuentra en desuso. ¿Cuántos correos electrónicos se envían con el propósito de expresar un sentimiento, una idea, un amor? Hoy pareciera que los clásicos “saludos cordiales”, que se emplean en la escuela y el trabajo, dominan el afecto en el mundo de la arroba. 

El correo (y, por ende, la carta), quedó obsoleto ante la inmediatez que ofrecen los mensajes telefónicos. Y ni toquemos los SMS, pues han quedado sepultados. Las redes sociales se han coronado como la principal vía para comunicar lo que sentimos y pensamos. Pareciera que su inmediatez ofrece la oportunidad de encontrar una respuesta en el “otro yo” del texto.

Las nuevas generaciones no conocerán el universo que existe alrededor de escribir una carta. La carta, en su naturaleza, representa un soliloquio que existe en soledad, cuyo lector no está obligado a ofrecer una respuesta. Además, no se vale de la crítica, ni basa su existencia en la publicación. La carta sólo pretende satisfacer al destinatario y a nadie más. También ofrece un servicio especial que no ofrece el mensaje instantáneo: es un objeto del recuerdo, que alberga una respuesta atrapada en el tiempo.

Juan Villoro considera que “pertenecemos a la primera generación que vio desaparecer las cartas”. Y lo peor de todo, es que “aún no sabemos qué tan grave fue esa pérdida”. 

Quizá la pérdida sea olvidar el arte de hacer una misiva; hay que encontrar el papel adecuado, la pluma precisa, el sobre indicado. No basta con saber qué escribir, hay que saber cómo escribir. La mensajería instantánea, al carecer de este ritual, nunca logrará lo que la carta: ofrecer al escritor la posibilidad de enviar su alma, para que puede ser recibida con cariño por el destinado que la lee a la distancia. 

A pesar de esto, la carta se encuentra de sabático. Por fortuna, eso no impide que al recibir una, nos sintamos especiales, amados y curiosos por conocer su contenido. A menos que se trate del recibo telefónico.

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