Dentista de 5 a 8

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Tal vez a causa de las responsabilidades impuestas por la cultura judeocristiana, cuando nos sentimos incómodos no le echamos la culpa a la silla sino a nuestra pésima postura.

¿Hay vida en la tierra?

Juan Villoro

 

Sería bueno tener un renacimiento, ya sea físico o emocional. Aunque hablo por mí, desde luego, no creo ser el único que lo ha pensado. A pesar de eso, los twinkies suavecitos con crema en compañía de mis programas favoritos resultan más atractivos que sudar la gota gorda del esfuerzo. 

*

Hace poco vi un comercial que me llamó la atención: una joven encontraba el sentido de su vida al usar una nueva pasta dental. La mejora era equiparable con haber usado el santo grial. De ser así, seguramente se habría puesto celoso Indiana Jones.

Me pregunté si mi renacimiento podía empezar por la boca y no por lo que como. Si los ojos son la puerta del alma, la boca resguarda nuestras tentaciones más preciadas. 

*

Esa noche soñé que una pasta de dientes antropomorfa me perseguía por un pasillo interminable; su cabeza era el tapón del embudo, tenía brazos, piernas y  sus pies calzaban unos curiosos tenis deportivos rojos. 

Cuando desperté, lo primero que hice fue llevarme las manos a la boca, pues tenía la sensación de que la pasta de dientes humana me perseguía para obtener mis dientes. 

Esa noche no sintonicé mi programa favorito para no ver el comercial. 

 

*

Cierta tarde estaba en busca de queso Oaxaca, cuando un hombre se me acercó. Vestía una bata de médico y a un costado de él sobresalía un anuncio iluminado por luces led que decía: dentista de 5 a 8. Tras una ligera introducción, acepté una revisión gratis. 

Entré en el consultorio, saludé a la recepcionista y tomé asiento. De fondo se escuchaba el sonido de la brisa marina. La experiencia me pareció tan relajante que me quedé dormido. 

Cuando desperté, veinte minutos después, la recepcionista y el dentista también estaban dormidos. Confundido, salí para continuar con la búsqueda de mi queso. No todos somos dignos de un renacimiento dental de cinco a ocho. 

Al llegar a la tienda vi a un hombre haraposo hablar con el tendero: ¡Escucha mi renacimiento, escúchalo! 

Pedí treinta pesos de queso Oaxaca. “El cuarto está a treinta y cinco”, me dijo el tendero, cerrando la conversación. 

Salí aún más confundido pensando que el hombre haraposo ya encontró su renacimiento y yo aún no. Como dije, no todos somos dignos. A veces ni siquiera del queso Oaxaca, pero sí de una consulta dental extraña. 

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