
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa.
Borges
Grande es el poder de la palabra
que edifica todo sin tocarlo.
Cada una vaticina su destino:
como semilla,
latente en su interior,
el nombre germina en el concepto
y extiende hondo sus rasgos por la tierra:
bautiza el polvo, cuando dice polvo;
el sol entero, cuando dice estrella.
En el museo de la sílaba encontramos
el mausoleo fonético de Eros,
en su emisión oímos a Dido sin Eneas
o a Circe con todos los hechizos de amorosa llama
en espera siempre de cautivos.
Sola, una palabra sola,
penetra inmarcesible toda Ilión
y la devela,
y otra, en su deletreo
contiene, incandescente,
enteras las arenas del desierto.
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