Fronteras

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Desde que llegué a esta ciudad he dejado de pronunciar mis palabras. Algunos días me bastaría con que las personas me saludaran para no sentirme tan sola. Me gustaría decirles a mis compañeras cómo era vivir en mi país o, al menos, cómo fue que llegué aquí. Al principio no me importaba llegar a un lugar en donde hablaban otra lengua. En mi país la única familia que tenía era mi abuela y había fallecido un año antes del terremoto. Muchos de mis amigos se habían ido y la violencia había incrementado tras el asesinato del presidente. Pero todas estas cosas de política, violencia y crisis no hace falta contarlas. El otro día que iba de regreso a mi casa, estaba a punto de subirme al transporte público cuando me di cuenta de que había unos paisanos atrás de mí. Me sentí feliz de escucharlos. Hablaban de que habían encarcelado a Jeff, pero de pronto ví las expresiones de las demás personas; nos miraban feo y les decían que se callaran porque su tono de voz era muy alto. Lo entendí porque uno de ellos hablaba las dos lenguas. A partir de ese día supe que a las personas de aquí no les gusta el ruido y que debo bajar mi tono de voz cuando hablo. Por cierto, he desarrollado un gusto peculiar por la radio, me gusta escuchar la voz de mis hermanos.

Estoy en mi hora de comida y ya casi se termina mi tiempo. Durante el trabajo no puedo usar el celular. Cuando salga volveré a escribirte. Por ahora, mientras limpió el pasillo, espero que las personas que pasen cerca de mí pronuncien una palabra como saludo. A veces una sola palabra es la que se necesita para recordar que somos humanos.

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