La terraformación de marte

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                  A Salem Cassidy le pareció destacable la aparición de aquella aguja resplandeciente en el cielo. La miró unos segundos y solo después de rascarse arduamente la cara pudo dar veracidad de lo que sus ojos veían. La aguja atravesó el cielo de cabo a rabo y se internó en la oscuridad voluminosa de esa noche virgen de octubre en el campo. Desapareció. La luna silvestre despedía un viento suave. Salió de casa en bata, sintiéndose un poco ridículo. Lo había despertado una corazonada. El frío no era poco, pero la manifestación del fenómeno merecía correr el riesgo de contraer una gripe. Salem siguió observando el cielo, esperando alguna respuesta. No ocurrió nada. Instantes después, cuando Salem se hubo dado la vuelta para volver a su cama, un ruido metálico, como el de un ventilador descompuesto, lo hizo girar la cabeza y escrutar nuevamente el cielo oscuro. A la primera aguja que había visto le siguieron otras dos, luego el doble, y así de forma exponencial hasta que el cielo se pobló de un millar de agujas estelares, dirigiéndose todas hacía la sórdida espesura del espacio.   

                  De pronto su brilló se interrumpió. Salem Cassidy se dio cuenta de que las agujas habían desaparecido. Volvió a mirar el cielo. Nada. Silencio. El espacio en esa tierra desolada a cientos de kilómetros se contrajo, y allá, en Marte, un millar de explosiones blancas florecieron y se apagaron en un instante. En los polos del planeta rojo las rocas fueron arrancadas desde el manto y colisionadas entre sí hasta el espacio exterior. El hielo se derritió y las nubes carmesíes del planeta se deshicieron como un suspiro mudo. La explosión erosionó los volcanes formados hace miles de millones de años en el albor del planeta y las rocas rojas marcianas se volvieron rocas terrícolas. El Monte Olimpo, inaccesible incluso para los alpinistas más versados, se erosionó unos cuantos cientos de metros y en su cima una plataforma natural surgió para esperar al primer alpinista osado que quisiera conquistarla. A los pocos minutos después de la explosión llegó el agua de los glaciares como un tsunami gigantesco. Inundó, igual que si un niño coloreara de azul el planeta con un crayón sideral, la mitad de Marte. El relieve se encargó de separar el agua y llevarla de un extremo a otro. Se formaron los mares, los lagos y los ríos. Todo ocurrió en cuestión de minutos y sin embargo nadie estuvo ahí para verlo. 

                  Resignado, Salem Cassidy se dio la vuelta y regresó a su casa. Aquella noche tuvo un sueño intranquilo.

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