Las letras de tu nombre

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Cada una de las letras de tu nombre se me ha caído de la boca. Poco a poco han sido arrastradas por el viento, la brisa más liviana las hacía revolotear como mariposas en el espacio, cada vez más grande, que te separaba de mí. 

Un día, haciéndose más pesadas que de costumbre, llegaron a las suelas de mis zapatos, y un paso y el otro se resistían al camino. Resolví entonces guardar los zapatos en la mochila y cargar tu nombre en mi espalda, así te resguardaría del frío o del sol; irremediablemente el peso de las consonantes hacía que me encorvara; las vocales, incómodas, me pateaban y me jalaban el cabello cada tanto. Yo las alimentaba y jugaba con ellas, pero no lograba contentarlas conmigo. 

Un día lloraba al pie de la cama, mientras brincaban en el colchón, de lado a lado, de arriba abajo, y gritaban que querían seguir jugando conmigo. En su berrinche rompieron en dos mi calendario y de él vi desmoronarse mes tras mes, y se vinieron encima de mí de un solo golpe; arrojaron, necias, del buró un foquito de luz roja que apenas alumbraba y nos quedamos completamente a oscuras. 

En la pesadez que me envolvía hubo un momento de silencio, ni ellas ni yo dijimos nada, pero escuché que empezaron a llorar. A tientas encontré dentro de mi closet una cajita con fotos nuestras, tus letras jugando con las mías, besos sueltos en hojitas de papel y poemas hechos confeti; debajo de ello y alumbrando todo, un repuesto de aquel foco recién roto. 

Conecté mi foquito nuevo al centro de mi pecho y todo se hizo claro. 

Miré a las letras de tu nombre con cariño, les besé la frente y una a una las subí al coche y les puse el cinturón; en el camino les canté canciones y les invité un helado. Cuando llegamos a tu casa estaban contentas de verte otra vez, pues siempre han sido tuyas y no mías. Se colgaron de tu camiseta y te abrazaron las piernas, me dio gusto verte feliz de recibirlas. 

Nunca me esperé que tuvieras tú las letras de mi nombre llorando en tu sala, que ellas al verme corrieran junto a mí y que también te diera pena despedirlas para que se fueran conmigo. 

Con toda la gratitud que podíamos tener el uno por el otro, las letras de tu nombre, las letras del mío y nosotros, nos despedimos cariñosamente, y andando cada quien ya con su nombre, que no volvería a llorar, a perderse, ni volvería a ser solamente palabras solas. 

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