Práctica a través del tiempo

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Renacimiento constante: recuerdo estar frente al espejo, volviéndome un reflejo de quien en ese entonces era mi guía: la profesora de danza. En el espejo nos encontrábamos mi cuerpo y el suyo; ella se movía contando una historia que no tenía sonido, me guiaba sin decirme que siguiera sus movimientos. En ese momento, me convertí en un espejo de su cuerpo. 

La historia comenzaba: iba brincando y sostenía una canasta invisible sin forzar la sonrisa, llego al lugar de destino frente al espejo. Ella decide sentarse en el piso, saca de la canasta una manta invisible con la que cubría los alimentos, la usa de mantel, con delicadeza y a la vez sorpresivamente sacamos una manzana invisible y disfrutamos de un par de bocados. Al final, recogíamos con delicadeza y nos íbamos saltando con la canasta. Éramos un solo cuerpo haciendo esta misma acción. Podría considerar éstas y otras tantas experiencias al seguir el cuerpo del guía frente al espejo, después de realizar unos saltos memorizados con los ojos vendados, como un renacimiento constante. Algunas situaciones quedaron impregnadas en mi piel al bailar internamente con una melodía efímera. Mientras tanto, el viento resuena en el oído con su única magnitud: estoy siendo imaginada, me recuerdo y voy regresando. Renazco con el oxígeno que me mantuvo de pie en la próxima escena: es un ente con voz propia, se ve a sí mismo abierto por la vereda del cansancio. Ese mismo día, siento una mirada sin deseos intactos. Detengo la memoria con brisa de incertidumbre: escuchó que truena una articulación, quizá el próximo detonante del dolor.

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