Arco reflejo

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—Nos vemos bajo el Arco Reflejo: empieza en Nigredo, avanza por Albedo, sigue por Citinitras y termina en Rubedo. Si lo encuentras, trae a tu Dios, pues aquí tengo a Uno que dice ser el mío, y quiero comprobar si no es secretamente Nuestro.

         Llegó por correo, adjunto a un mapa circular sin leyendas, en cada punto cardinal un templo, unidos por caminos punteados que recorrían geografía compuesta de gigantes esqueletos estelares… Arco reflejo… supuse que era una broma, una última muestra de su rechazo por cambiarme de química a arquitectura.

         —Querido anti-Kekulé, ¿cambias la estructura, dinamismo y evolución de lo invisiblemente tangible por la petrificación de fuerzas y sus espacios? —me decía en alguna variación.

         —Así como tú cambiaste a ‘Má por… —le respondía, aproximadamente. Y no era necesario terminar, mencionar a madre era suficiente para callarlo.

         Sus títulos fueron las primeras palabras que supe decir en toda mi vida, y los últimos que, con el peso del tiempo, quería volver a pronunciar. 

         —Amor, ¿por qué te pones así a la menor mención de padres? Estoy hablando de los míos, por amor de Dios.

         Cuando su voz penetró en mis oídos, me percaté no solo del poder de algunas palabras para llevarme a un lugar parecido al que retrató mi padre, pero que ella, a quien juraba amar, se parecía tanto a mi madre… y cómo seguía buscando a Dios. Aquel que, por sobre mis padres, había prometido —o eso decían otros— estar ahí para mí.

         Nos alejamos, como lo hizo padre de madre y de mí, en busca de Él. Ese día perdí una parte queriendo encontrar otra, un reflejo inconsciente, una corriente interna que desembocó en movimientos musculares que, en vez de llevarme más Afuera, en donde creía encontrarlo, entre las estrellas, los eones o las anti-materias, me llevaron a las cartas astrales, mis memorias y aquello que llegué a llamar un alma.

         Padres, Amor, Dios… Yo.

         Esos eran los 4 templos que existían en mi mapa, paisaje evidenciado por mis propios reflejos y sus acciones disparadas por palabras irguiendo complejos emocionales…

         —Finalmente viniste.

         —Me diste el mapa equivocado. Cada uno tiene su propia geografía interna y su propio Dinamo.

         —¿Dinamo? ¿Lo encontraste?

         —No como lo esperaba… —le digo, mostrándole—. ¿Tú?

         —Aquí está… Creo que lo de menos es si es solamente nuestro o es universal.

         —Y… ¿qué hay de ‘Má?

         Momento en el que me da la espalda y me extiende su mano, pero yo corro a abrazarlo.

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