El Renacer de Ignacio

pexels-photo-414144-thegem-blog-default

No podía entender cómo esa noche de lluvia las gotas no tocaban mi cuerpo. ¿Te ha pasado ver llover en algún lado mientras lo demás está seco a unos metros de distancia?

Fue un día muy agotador, estaba cansado de buscar trabajo y no conseguir nada, así que llegué a tumbarme al pasto del parque Alameda. En cuanto mi cuerpo sintió lo fresco, el aire puro, la brisa del viento, me dejé llevar y me quedé completamente dormido.

Pero el ruido de la lluvia me despertó. ¡Qué aroma tan rico se suelta cuando llueve!

—¿Qué hora es? —me dije con tono adormilado. Ya eran las diez de la noche. Me sorprendí, pero no sentí prisa al levantarme, ¿qué prisa podría tener un hombre como yo, sin trabajo y solo?

Así que me quedé ahí en el parque. El vigilante, al no percatarse de mi presencia, me dejó encerrado y yo no tuve ganas de brincar la barda. Me sentí acompañado por la noche, la luna, los árboles y el aire. 

Me dejé llevar por el movimiento de los árboles, sus hojas moviéndose de un lado a otro por la fuerza del viento. Yo estaba acostumbrado a la soledad, pero estar ahí me provocó algo de miedo. El viento con su fuerte silbido me inquietó.

De repente me invadieron unas inmensas ganas de gritar y lo hice con desesperación, como cuando me despidieron de mi último trabajo “por recorte de personal”, o cuando pensaba que ya mero se vencía la renta del departamento, o al recordar lo solo que me puedo llegar a sentir en el día.

Grité tanto que, cuando me di cuenta, la lluvia ya estaba cayendo en mi cuerpo, las benditas gotas que antes no mojaban ahora me estaban limpiando.

Esa catarsis me llevó a encontrarme, llevaba tiempo sin rumbo, arrastrando los pies por el mundo.

Me reconocí. Esa noche de lluvia pude ver mi reflejo. Volví a recostarme en el pasto ahora mojado, sentí cómo me tragaba, me desnudó al desvanecerme.

No puse resistencia, estaba cansado.

Cerré los ojos, sólo quería percibir el latido de los árboles. Sus raíces entraron por mi boca, estaban por todo mi cuerpo, salieron por mis oídos, nariz, ojos, por los dedos de las manos y pies, sentí cómo me invadieron: como los gusanos comiéndose lo podrido.

Esta sensación de despojo, de vacío, me llevó a quedarme sin nada, como un cuerpo inerte. Pero sentí, aunque sólo fuera un tronco, que mi corazón latió sosegado. 

Y en ese momento, cuando vi todos mis pedazos, empecé a reconstruirme. Tomé cada parte de mí para armarme de nuevo. Esa noche yo pude renacer.

32

Dejar un comentario

X