Jamás creí que podría olvidarte… a ti, a las estrellas, al sol, al cielo y al mar. Hoy veo a la luna en un océano de oscuridad; pienso ahogarme en él. Me sumerjo en el agua azul marino; no se ve más que negrura escarchada por numerosos brillitos. Se respira tan libremente aquí abajo… ¿o es arriba? Aquella agua fría me ha dado una bofetada de realidad; es que, en realidad, no necesito esperar a quebrarme para darme cuenta. No llegaste, el sol se ocultó y este mar de estrellas ahora abraza mi soledad, me envuelve en su helada familiaridad. Puede ser que tú estés en alguna de aquellas que me miran, lucecitas tontas; puede ser que tú seas una de ellas, no lo sé.
Sin embargo, ahora sé muy bien que lo tuyo son meras palabras vacías, palabras sin letras, en desorden y sin sentido. Dijiste que vendrías y aquí estamos solos las estrellas, la luna, el cielo, el mar y yo. Solas las estrellas, sola la luna, solo el cielo, solo el mar y sólo yo te esperaba. Qué necesidad, qué ganas, qué palabras las tuyas; creí que me llenabas, pero estabas hueco, un abismo vacío hasta el fondo. Si dos palabras bastan para mí, mil palabras tuyas no lograrán tocar la punta de mi dedo. En tanto que la luna esté lejos -y no la pueda alcanzar-, tú tendrás que buscarme así, hasta las profundidades de este mar. Porque si este corazón mío no se acostumbra a llenarse de palabras vacías, debe ser que el mar exige más que sólo tus elocuentes sinsentidos.
Por eso maldigo al amor. Maldito amor, que matas de una manera tan hermosa. Qué bello morir de amor… y qué fatal amar hasta morir. Maldito amor, maldita estrella que juegas con mis pesares y dolencias, maldita luna y maldito mar, maldita noche que me ahoga en soledad. Maldito… tú eres el maldito al que hasta ahora tuve que esperar. No permitiré que esta situación se transforme en un: maldita yo. Descuida, no tendrás que aguardar a que el sol drene este mar del cielo; antes de que eso suceda, te darás cuenta de que eres tú quien cuenta estrellas.
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