La odisea del mundo

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Desastre tras desastre. Crecemos siendo un desastre y no aprendemos a coordinarnos ni a independizarnos hasta los cinco años. Suficiente edad para pensar y crear. Nos convertimos en un desastre independiente, que come y va al baño por su cuenta. Sin saber de antemano, que ahí afuera existe un mundo caótico y descompuesto. Todo por culpa del innombrable. El que causa estragos y miedo al mencionarlo. El que, cuanto más crece, peor se vuelve… Un ser despiadado, aunque de un corazón único. El que puede reír, llorar y gritar como todos, pero también cazar y domesticar. Este ser no sabe qué puede lograr y cuánto daño puede ocasionar. Todo porque ama como nadie y odia como cualquiera. Su pasión es ineludible e igualmente corrosiva, y debido a esa belleza imperfecta es que se ha aprendido a aceptar ese mínimo defecto para darle una peculiar forma. Una llena de pastosidad y viscosidad, con un curvado meneo que ejecuta todos los días para su razón de existir. ¿Cómo el innombrable no puede hacer lo mismo? ¡Oh, espera! Claro que sí lo hizo. No obstante, por su ambición, palideció. Ayer fuimos grandeza, hoy somos torpeza y mañana seremos tristeza. La Tierra rejuvenecerá, los humanos perecerán y las especies extintas reaparecerán. 

La odisea del mundo duele porque repite el mismo ciclo sin importarle el sufrimiento. Todo por demostrarle su amor al innombrable, al que no le corresponde y será fugazmente grandioso porque al final fenecerá en esta vida como en muchas. Por eso, hay que disfrutarla con respeto a nuestra Madre Tierra. Eso hará que vivamos mejor, sintamos mejor, crezcamos mejor; para ser más felices, más brillantes y, sobre todo, más sabios. El planeta nos pide escuchar. Tal vez no lo amemos como él nos ama a nosotros, sin embargo, podemos escucharlo y al hacerlo toda la vida en este planeta lo agradecerá. De eso estoy seguro.

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