Tras bambalinas

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Por años escuché tus hazañas con admiración porque quería saberlo todo de ti. Ansiosa esperaba que narraras los viejos momentos que cambiaron tu vida, esos instantes en los que enfrentaste desafíos y saliste victorioso como si el destino lo hubiese escrito. Incluso, de manera absurda, escuché sobre las personas que cambiaron tu vida como si afectaran la mía. Me sentía agradecida de tu presencia hasta el punto de preguntarme qué sería de mí si no tuviera tu compañía.

Me sentí dichosa de nuestra confidencia, afortunada de que me contaras quién eras, fuiste y serías. Quise cada trozo de información, escuché con interés, y a través de ti entendí dónde estaba yo.

Primero comparé tu ambición con mis deseos para entender a dónde quería ir. No lo supe, pero tu paciencia le brindó confianza a la voz que se mantenía encerrada en mi cabeza. Le diste un puerto a los sueños que navegaban perdidos en mis recuerdos y, sobre todo, construiste un refugio donde me quedé tanto como lo necesité. No obstante, las luces se apagaron el día en que traté de subir al escenario. 

Confundida, extraviada.

¿Quién era yo?

Mis frases se convirtieron en un susurro apagado por tu grito.

Y me callé.

El eco resonó en mis oídos resintiendo la seguridad recién ganada.

Me callé.

Traté de entender por qué la habitación se achicaba, se oscurecía y me asfixiaba. 

Te respetaba, te admiraba, por eso callé.

Ser mirada me asustaba y si no era el momento, estaba bien. Tenía paciencia y un sueño. Y tú necesitabas ser escuchado.

Callé.

Me prometí que participaría en la siguiente ocasión, en lo que desde un principio debió ser una charla. Sin embargo, me desestimaste con un “dejémoslo por la paz” que acepté porque éramos aliados. O así lo pensé hasta que descubrí que en ti se escondía mi enemigo, mi silenciador y mi victimario. Me atrapaste con tus redes de perdón antes de que sintiera la trampa cernirse a mi alrededor.

Caí tantas veces que ya no pude perdonar. Aprendí que mi vida era un instante y no dejaría que me la robaran. Me cansé de palabras que no se demostraban con acciones. Me harté del monólogo introducido a la fuerza en el espectáculo.

No combatí contra el grito que siempre tenía razón. Mi energía y mis ganas de vivir las aprovecharía en otro lado. Fui a donde hablé y escuché, a donde acompañada canté a las risas y pintamos a las lágrimas, a donde nos conocimos a diario y avanzamos, nos atascamos, pero nos apoyamos.

Y a quien me quiso mantener como público, una sola palabra le dedico:

Adiós.

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