El Museo de Arte Roto

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Una taza comenzó todo.

Por un movimiento torpemente ejecutado se quebró. Dejó de ser una sola pieza y se convirtió en minúsculos trozos de vidrio. Pensé arrojarlos a la basura, pero instantes después me percaté: el daño no era irreparable.

Reuní los vidrios como si de un rompecabezas se tratara. Algunos fragmentos encajaron con facilidad; otros, en cambio, complicaron el proceso. Al final, no obstante, cada trocito retornó a su sitio.

Aunque de nuevo estaba armada, el hecho era inapelable: ahora era inútil para retener líquidos. Ya no servía más que como decoración. Por ello, aunado al esfuerzo y valor sentimental, decidí exhibirla en la vitrina.

La taza entonces comenzó a fungir como exposición artística. Observar sus fisuras, de algún modo, me hacía recordar mis propias cicatrices.

Así nació el Museo de Arte Roto. Como una oportunidad de darle continuidad a los objetos quebrados. Una nueva mirada a lo mal llamado obsoleto. En el museo no hay obras prestigiosas ni artistas de renombre. En realidad, es una oda al recuerdo, a la nostalgia y a los sentimientos.

Tampoco hay títulos o explicaciones para lo expuesto. No se necesitan. Basta con saber que cada objeto tiene una historia.

Cada fisura es un recordatorio del inevitable paso del tiempo. Pero, paradójicamente, el museo transforma los objetos rotos en nuevos. Quizá podamos aplicar la filosofía del Museo de Arte Roto en nuestro ser: exponer las rupturas y, al mismo tiempo, resignificar las heridas. Abrazar el quebranto para aceptar las cicatrices.

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