La pintora maledetta

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¿Los artistas son unos malditos o están todos malditos? Tal vez, la respuesta no importa. No vale si me desvelo leyendo, si escribo frenéticamente todas las mañanas o si rehago mis pinturas diez veces hasta estar satisfecha. Quizá solo soy una maldita compulsiva. Al final, no viene a cuento si el estrés, la angustia y el miedo me comen todas las tardes, me da igual. ¿Acaso vivir es fácil? Por supuesto que no, pero ya estoy cansada de días que se esfuman en un parpadeo y de la carga de sentimientos que me consumen por dentro. Un buen amigo diría: «es tiempo de romperse», pero ¿cómo me desbarato? 

Tengo un plan para la metamorfosis, conozco todo lo que debo de soltar, la pregunta es: ¿tengo el coraje para vivir la transformación? Si mi vida fuera un dulce, definitivamente sería un tamarindo por lo agridulce y es que me siento la persona más osada y la más cobarde. Hace tiempo, dejé de salir, de frecuentar amigos, de contestar mensajes y de ver el teléfono, soy una ermitaña o algo por el estilo. Ya estoy harta de la rutina de pensamientos catastróficos, de sentimientos intensos y de pinturas sobrenaturales, ya no entiendo mis lienzos, ni siquiera sé si los entendí en algún momento. 

Ha pasado medio año, pero la metamorfosis se logró; aún cuesta un poco mirar el presente, hay heridas que siguen sanando, pero todo a su tiempo. Fracturé mi vida en una pintura colosal que, además, se vendió muy bien; espero que sus nuevos dueños se deshagan pronto de ella porque tiene una vibra siniestra, pero a la vez hipnotizante. En pocos días inicio nuevo curso en la universidad y he programado algunas salidas con viejas amigas; en pocas palabras, todo marcha bien, estoy satisfecha con la vida.

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