La Responsabilidad del Exilio

pexels-pixabay-361186-scaled-thegem-blog-default

Hablar con los hongos era ameno para ella. Especialmente porque le respondían, relatándole sus eones en pequeñas esporas lingüísticas capaces de florecer en su radiante cabecita: «Y así fue como llegamos. Los árboles nos abrieron sus brazos primero, y los insectos eventualmente nos aceptaron. Respondiendo a tu pregunta… Bueno, cuando pasan cerca de nosotros, solamente podemos escuchar Su llanto.»

                  —Espero poder conocerla algún día, Cicelio —les dice ella, soñando con la vista al Cielo.

                  —Es extraño, pequeña. Todos nosotros la conocemos, desde el más pequeño hasta el más grande, y Ella a todos nos conoce… Incluso a ustedes.

                  Su mano, respondiendo de la misma manera que a algo caliente, se aleja de él.

                  —¿Qué dices?

                  —Sí. Ella también los conoce a cada uno de ustedes, pero ninguno de ustedes parece conocerla…

                  —…Cicelio.

                  —¿Sí?

                  —Nunca me has mentido, ¿verdad?

                  —Nunca lo he hecho.

                  —¿Lo harás hoy?

                  —No… Pero puede romper…

                  —Aunque me lo haga pedazos, Cicelio… Dime: ¿también llora conmigo?

                  No podía creerlo.

                  Pero, en la manera en que dejó de hablar con sus amigos del reino vecino, evitando a toda costa la cercanía o el contacto visual, inevitablemente tuvo que ver, en sus compañeros de especie, el testimonio de la falta de comunicación con aquella que quizás no los había engendrado, pero parecía que siempre estuvo y estaría ahí, afuera, envolviendo y sosteniéndolos… Comprendió que no se trataba de poder creerlo o no, si no de un mecanismo de defensa que lo estaba negando.

                  Así, una cansada noche, nubes vistiendo a Selene, estrellas dormidas con el hechizo del smog, sus propios ojos nadando entre lágrimas de abandono, ella sintió, bajo el destrozo emocional, una llama: luz cálida bañando su Interior, susurrando en su danza que todo podría estar bien.

                  —Estoy aquí, contigo; no siendo parte de ti, pero en compañía… Toda Madre debe aprender a dejar ir a sus hijos, vivir su propia vida, por más daño que puedan causar, a sí mismos o a otros, a cambio de la posibilidad de lo grandiosos que pueden ser.

                  «Incluso si terminan destruyendo todo, estoy feliz de que momentos como este, gracias a la Consciencia, pudieron ocurrir; en donde tú, a pesar de confirmar tu soledad, tu extravío de casa, exiliada desde nacimiento, estás dispuesta a seguir viviendo y protegerte a ti, a tus hermanos, e incluso a tu vieja Madre…»

10

Dejar un comentario

X