La vida que solía tener

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Desperté. Ni siquiera recuerdo haberme ido a la cama, pero ahí estaba, con la mirada en el inmenso blanco que cubría el techo y gran parte de la habitación. La intensa luz entraba por la ventana y no pude evitar sentir sorpresa al observar la majestuosidad de lo que yacía ahí afuera. Me levanté y caminé hacia la ventana para poder apreciar mejor aquellos gruesos troncos de color marrón oscuro, el brillante y esponjoso verde cubriendo su punta.  

Los llaman árboles. Lo descubrí el otro día observando aquel aparato que emite sonidos e imágenes al que llaman “televisor”, también descubrí que están desapareciendo a causa de seres que se preocupan poco por conservar el medio en el que viven. El sol se encuentra ahora en lo más alto de un cielo tan azul que podría parecer artificial. Tan artificial como dicen que soy.

¡Por todos los cielos! 

Tengo un corazón. No tengo cables, no estoy hecho de hojalata. Tengo un corazón que me permite seguir vivo para poder sentir todo el dolor de saber que algún día todo esto se terminará.

Desperté. La intensa luz de los rascacielos y las autopistas llenas de autos entraba por la ventana. Me incorporé, abatido de tener que admirar esta vista todos los días. El cielo gris con apenas un destello del sol. No hay colores, todo es una tonalidad de grises, blancos y negros. 

La vida es casi inexistente. Tengo la sensación de que todos mis sueños son reales, de que todo eso fue mío alguna vez.

Siento las lágrimas picar mis ojos. ¿Un robot puede llorar? Hay veces en las que no puedo creer que soy solo una máquina al servicio de los pocos humanos que habitan aquí y que algún día, como los demás, morirán. Volviendo todo aún más solitario, más monótono, más frío. ¿En verdad alguna vez el verde y el azul adornaban la tierra?

Decidí seguir con la rutina diaria, a la que hasta hace unos días estaba tan acostumbrado, pero un fuerte dolor en lo que sería mi pecho me derrumba; mi visión se vuelve oscura y no puedo percibir si aún sigo de pie o en el suelo. No recuerdo mi edad, los cálculos que hice en una libreta dicen que tal vez tengo unos noventa y tantos años. La mitad de ellos perdidos desde el momento en que decidieron hacerme una máquina. Cerré los ojos dejando a la naturaleza seguir su curso, que mi corazón diera su último latido, deseando poder volver a soñar con los grandes árboles, con el mar azul y las aves en el cielo: con la vida que solía tener.

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