Los corazones se rompen, los sueños cambian, y a veces recorremos caminos inimaginables. Vamos por la vida protegiendo a nuestro corazón, hasta que un día, sin darnos cuenta, la muralla es tan grande que no sabemos cómo derrumbarla.
La pregunta se había atorado en mi garganta por días. Cuando estaba por emitirla, algo me lo impedía y terminaba cambiando el tema de la conversación. Me decía a mí misma que no era tan importante. En realidad, tenía miedo. No me había dado cuenta de que el amor jamás me había abandonado, se asomaba repentinamente mientras estaba distraída, quitando ladrillo a ladrillo de esa muralla que creía indestructible. Así fue como su voz se coló en mis oídos, su sonrisa hechizo mi mirada y las cosquillas en mi estómago se desbordaron.
“¿Por miedo te vas a perder lo bonito de la vida?”, las palabras resonaban con frecuencia en mi mente. Había pasado tanto tiempo que creía haber olvidado cómo era sentir, ¿y si lo arruinaba?, ¿y si las cosas no se daban?, ¿y si me apresuraba?, me bombardearon las inseguridades todo el tiempo hasta que la duda se escondió nuevamente. ¡No!, hasta que logré reprimirla de nuevo.
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero como los gatos suelen tener siete vidas, bien valía la pena usar una de ellas. Finalmente, la pregunta salió desbordada y con fuerza. Lo que vino a continuación fue un remolino emocional: alegría, sorpresa, nervios, temor, todas a la vez…
Al saber la respuesta me encontré en una encrucijada. La vida es un continuo mar de instantes. Podía elegir quedarme en la superficie y observarlo todo, sintiéndome segura, o podía sumergirme en las profundidades y disfrutar los colores, las sensaciones, permitirme sentir y descubrir.
Finalmente le pedí un momento, era todo lo que necesitaba, un momento para admirarlo, para sonreír, para abrazarlo, para acariciar su piel, para crear poesía y para embriagarnos de amor. No le prometí nada, tan sólo le di mi palabra y eso me bastaba, porque al igual que la vida, aunque sea fugaz, está llena de valor.
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