
En condiciones normales, la temporada fluvial dura alrededor de seis meses, casi el mismo tiempo que tardó el agua en inundar su corazón. No fue falta de amor, más bien una mala guía que terminó en el lugar común del “entre tú y yo”.
Se dice que después de la lengua, los huesos son lo más fuerte que tenemos. Sin embargo, cuando se rompe el corazón, te pierdes por completo. La primera vez que salieron, ella se plantó con seguridad, como una mujer capaz de comerse al mundo. Él le creyó e inconscientemente la admiró. Aunque lo pareciese, no fue amor a primera vista.
Pero durante casi veinte semanas se acostumbró a su olor, a su risa, a su enojo, a sus quejas, a sus caprichos, a su hermosa mirada y al roce de sus manos. Sin querer, aprendió a leer su lenguaje corporal y por casualidad descubrió la sensación de sus besos cuando, sin palabras, ella miró sus labios y se mordió los propios.
A pesar de todo, la sinceridad le negó el camino. La seguridad se transformó en indecisión y la primera grieta al corazón llegó tras escuchar halagos e intenciones ajenas, la segunda cuando dejó de verla a los ojos para olvidar las mariposas estomacales y la tercera cuando ella dijo “no debió pasar” y “mañana volveremos a ser amigos”.
Fue su culpa, él se enamoró. En efecto, el público la adora. Él intentó consentirla, la cuidó y la quiso como quizá nadie ha sido capaz de quererla; vió un potencial increíble dentro de su ser y sus latidos aumentaron en cada ocasión que estuvieron juntos.
Lamentablemente su corazón no soportó más grietas y se quebrantó. El agua de la precipitación entró como cuando un reloj de arena se rompe y queda vacío, sus sentimientos en un intento por sobrevivir nadaron contra la corriente de tristeza.
La fuerza de sus piernas se esfumó, su mirada se apagó y por fin se rompió su interior. Ojalá el tiempo le devuelva la esperanza y le dé la razón, pero algo seguro es que nunca se arrepentirá de haberla amado desde lo más profundo de su corazón.
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