Retrato de mujer llorando

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 Para Carmen 

¡No hubo manera de evitarlo! Mis amigos me llamaron loco por amarte, pero ellos desconocen que al ver tus lágrimas fui el hombre más feliz y el más desdichado de la tierra.

Cuando necesitaste a alguien para hablar yo estuve ahí, y eso no lo entendieron. El tiempo jugó a mi favor y me hizo coincidir contigo, aunque fuimos un par de desconocidos. Debo admitir que la incredulidad se apoderó de mí, pero bastó con dejarme llevar por tus palabras para que tu tristeza se convirtiera en mi tristeza y tu llanto se convirtiera en mi llanto. 

El hombre es fugazmente grandioso; tiene sentido interpretar erróneamente los signos que se le presentan. Al principio tiene miedo, luego vienen las dudas a entorpecer su camino y es difícil mantenerse firme porque la cotidianidad de la vida lo aprisiona. Afortunadamente yo vi tus lágrimas, fui partícipe de tu historia y te abracé.

Fue el abrazo más sincero que sentí porque todo se desvaneció. No existía el mundo, nada existía: solo nosotros. Descubrí la manera incondicional de amar y la prueba está viva latiendo en mi piel pues todavía siento mis brazos aferrándose a tu cuerpo. 

Cuando llegó la hora de despedirme no quise hacerlo. Me fui sin dejar atrás tu mirada, sin dejar atrás tu sonrisa, sin dejar atrás tus lágrimas. Llorar alivia los destrozos del corazón; otras veces, nos debilita y olvidamos que las lágrimas no son argumento para una serenata. Llorar es doloroso, lo sabemos bien, pero es inevitable enamorarse de unos ojos que lloran.

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