Tan libre como tú

pexels-pixabay-274506-scaled-thegem-blog-default

Augusto sintió miedo de confrontarlo. Nunca, en sus veinte años, lo había desafiado ni desobedecido.

Don Gustavo estaba orgulloso de su único hijo. Le parecía que el tiempo no había pasado y que Augusto era el mismo pequeño al que llevaba a los campos de fútbol y de pesca los domingos. Por ello, le aterraba la idea de su rebeldía.

Discutían día y noche, cada que el tema salía a relucir.

—No entiendo qué es lo que tanto te disgusta, sólo quiero ser bailarín y bailar en los grandes teatros de todo el mundo —le decía Augusto a Don Gustavo, con frecuencia. 

—Es un oficio de mujeres, ¿quieres que te juzguen y cuando caigas en cuenta de tu error veas tu vida desperdiciada? ¿Quieres errar de esa forma? —respondía Don Augusto con auténtica cólera.

—Lo que no quiero es que decidas por mí. Ya no soy el niño que te seguía a todos lados, no soy mal hijo: no soy un delincuente, ni un mentiroso, no hago daño a nadie. ¿Por qué te portas de esa manera? Necesito aprender por mí mismo, no por medio de tus temores —argumentó de pronto un día—. Entiende que, si decides por mí, serás el dueño de una vida que no vives y yo me quedaré sin ella por cedértela para mantener la paz. No me pongas en medio, no quiero elegir entre la danza y tú.

Don Gustavo suspiraba con resignación y ofendido se retiraba a su habitación, encerrándose en su miedo y prejuicio.

—Papá, nada ni nadie cambiará el amor que te tengo, nada impedirá que te vea ni que te abrace. Sólo te pido que entiendas que necesito vivir por mí y no a través de ti —le decía desde el otro lado de la puerta.

—Vete de aquí.

—Tú has vivido a tu manera, déjame ser tan libre como tú. Nada tiene que cambiar entre nosotros, sólo te pido que no te ofendas ni te sientas lastimado; quiero vivir mi vida con mis éxitos y mis fracasos, con mis aciertos y errores. Te aseguro que nada de lo que yo decida me privará de algo, pues me habré sentido satisfecho de haberlo asumido por mi cuenta —dijo Augusto—. No necesito tu miedo para protegerme, necesito tu comprensión para apoyarme.

Hoy, Augusto viaja por el mundo solo y con su padre, no sintió el frío de su indiferencia y rechazo. Aunque en desacuerdo y temeroso, Don Gustavo cambió y amplió su manera de pensar al ver a su hijo realmente feliz, cómo sonreía y todo mejoraba, incluso su relación.

¡Silencio! La función está por comenzar.

12

Dejar un comentario

X