
Textos vanos previos
a tu llegada sorpresiva, blanquecina.
Playeras del mismo color pistache,
miradas en junio vespertinas.
Los dos al ocaso,
el tiempo fulminándonos
en ligeros secretos.
Voces desconocidas
entre hojas de los árboles del parque
cruzan tus calcetas peculiares.
Un café para ti,
y un tenue merci.
Reverberan nuestras risas
y se fecundan a una misma frecuencia.
Un clérigo entre una familia.
Retoza una pareja de enamorados
en la mesa vecina.
Tú y yo,
historias flotando
en la atmósfera dulzona.
Migando heridas en caricias ópticas.
Luces osadas a la desnudez
de las pupilas testigos.
A tragos sosiegos,
desistimos al nombre y sus grietas.
Las calladas penas pasadas
y los presentes deseos inciertos
los mecemos en palabras y tazas.
El hoy nos desconoce,
el ayer desmiente los reflejos,
de las geometrías del pensamiento.
¿Seguimos siendo los mismos?
Descifro tu rostro a sorbos,
aún eres una partida de ajedrez,
y yo no distingo entre peón y rey.
Pulpejos estrujan las costillas.
Perforan al recuerdo,
a ojos cándidos culpo.
Táctiles mentiras sigilosas,
a raíz de las venas
de mi discreción en poemas,
en cáliz tú tomaste mi inocencia.
Un aura singular se expresa en rima,
no la encontré antes en tu cacofonía.
¿Será diferente al fulgor
que una vez irradiaste?
A veces disonante.
Te sigo sintiendo como una muesca
inerte y ajena, que no desaparece.
Aún en el umbral tuyo
a un hálito ostensible
del perdón dado, nunca.
Minucia mis lágrimas fueron,
las contuve desde aquella vez,
y ahora solo remansan sin ti.
Y aquí estamos, en nuestra intima tertulia.
“Ya vi esto.” – dices.
“¿Qué?” – pregunto.
“Esto, tú y yo. Aquí.
Tuve un déjà vu.
Pero esta vez será diferente. Es bueno, es algo bonito.”
“No lo sé, eso espero.”
“Ya verás, créeme.”
Lo sé, pero mi duda palpita.
Meseros pasan, tu café se enfría.
Mis nudillos aguardan al dolor áspero…
…de la taza
rota
mi confianza,
café,
déjà vu,
tú
roto
yo.
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