Eterna tortura

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He eludido el pasado pensando en el futuro, pero a razón de ello he perdido el presente. ¿Qué más puedo yo hacer para liberarme de esta tortura eterna? Los vociferantes rumores tan sangrientos y despiadados resuenan con un eco ensordecedor en mi mente perturbada, aquellos clamores ineludibles que claman piedad donde sólo hay crueldad. Deseo ser eximido de todos los pecados, pues tan perversos han sido que mi juicio se quebranta, se fragmenta como un rompecabezas sin resolver y se extravía en los lúgubres abismos de la demencia. La razón, la voluntad, el entendimiento son cosas que se rompen, tan frágiles como un cristal que con tan sólo impactar con el suelo se destroza; son endebles ante la culpa, frente a la carga que se desprende sobre la conciencia. En el momento en que entra el desequilibrio en el designio, no existe forma de evadir tal alteración que penetra y lacera el intelecto. Las voces inocentes, los llantos de suplicio, la sangre llameante y corrosiva… todo oculto bajo el delirio. Enmascarados por la culpa inminente, los mártires de los muertos yacen sobre tu responsabilidad. Cuando la prudencia sucumbe, cuando se ve dominada por la oscuridad de la vesania, no hay más que una respuesta a la pregunta inicial… el suicidio.

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