Hola, estoy en el Caribe.

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Cuando veo a las trigueñas y mulatas en la playa creo que tienen el mismo cabello que tú, imagino que su piel huele a miel y la boca les sabe a fruta madura, exactamente como a ti. Caminan sobre arena hirviente para mojarse la cara en el mar, como lo hacías en Acapulco. Algunas tienen tus ojos, verdes al sol, ocre a la sombra.

Traje el libro de Pedro Juan Gutiérrez que ensuciaste con plátano. La Habana está a 500 kilómetros y parece que puedo escuchar los boleros que cantan en el malecón. “Nosotros que del amor hicimos un sol maravilloso”. También, pienso que Fernández Retamar escribió el verso “con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela” reflejándose en el mar que me refresca la espalda. 

En el Caribe sobra el azul, los mayas fabricaban el color con una mezcla de plantas de añil y atapulgita. Durante la conquista los españoles llevaron la técnica a Europa para inundar sus pinturas con cielos vibrantes. Aquí el blao se siente vivo, está regado por la selva en las plumas del Toh y el agua de los cenotes. Con tanta vida también pienso en ti. 

Un jaguar me mira con los ojos de la serpiente que nos encontramos en el bosque, me cuenta que estás bien y que no me extrañas, en las rosetas tiene nuestras historias, ¿y si un mono se las roba mientras canta “mas se ele voltar, se ele voltar que coisa linda, que coisa louca pois há menos peixinhos a nadar no mar do que os beijinhos que eu darei na sua boca”? 

Hoy tampoco vi el atardecer. Te espero en el Caribe.

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