Intruso

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Estaba tomando la clase de las 9 am cuando se vio salir del salón, bajando a prisa del segundo piso de la facultad. Corría directo a la puerta central de la universidad y sin detenerse cruzó calles, atravesó carros, sentía como la adrenalina le recorría el cuerpo y reía… sentía que por fin era libre

Pero no lo era, porque seguía frente a un pizarrón con cosas que no entendía y que ni siquiera sabía si quería entender.

—Licenciado Daniel, ¿qué opinión puede darnos usted sobre la teoría maltusiana? —le preguntó el profesor que impartía la clase al percatarse de su falta de atención.

—Le pido una disculpa doctor, me he distraído un momento.

— Si tuvieran algún pendiente, asunto familiar o personal, recuerden hablarlo para llegar a un acuerdo. Bueno, me retiro porque tengo una reunión con el consejo.

Daniel salió del salón, se colocó el gorro de la chamarra y se apartó de todos ¿Y qué les digo?, pensaba, ¿qué quisiera desaparecer, qué no entiendo lo que dicen, que mi mente divaga, que me inquieta el deseo de salir corriendo y tirar todo a mi paso, que sueño con poder ser tan solo una hoja pegada al árbol, que se bambolea al roce del viento y en el momento de caer fluye entre el espacio, danza y danza hasta llegar al triste suelo, pero danza hasta su último momento?

¡Cobarde!, dirían todos, tan solo quieres huir de tus responsabilidades.

Llegó a un cruce y observó al mundo que lo asqueaba día a día. Personas iban y venían, unos caminando sin detenerse, programados para llegar a la misma hora y al mismo lugar, otros tantos conducían apurados, reventando el claxon de sus autos. No pasaron desapercibidos los colosales árboles que se asomaban desde el panteón central, sus enormes ramas daban sombra a la avenida. Él se perdió en aquella imagen, volvió a respirar, a saber lo que deseaba ser.

Ya en casa, creó la misma rutina: cenar, investigar, leer, leer, escribir, sexo con una mujer ajena al día anterior. 

La noche se hizo insoportable. La temperatura marcaba 20 °C, pero él no dejaba de sudar, de dar vueltas en la cama por el calor. Buscaba sacar todos esos pensamientos intrusivos que le robaban momentos de su vida, y no fue hasta las 3 am que cayó fulminado en el sueño que lo había derrotado.

En la clase de las 11 am los acechadores volvieron, se miró nuevamente bajar corriendo, veía las miradas de las personas, como corría sin rumbo. Cuando regresó en sí, vio la gran copa de un árbol, bajó la mirada y alcanzó a leer: “panteón central”.

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