
Para O. E. O. P.
Todos saben lo que tienen cuando lo pierden,
en tus manos yo toqué
las aguas de la escorrentía,
la piel dura de los tiburones,
los grises de la pupila maravillada,
cada palabra que se pronunció
en nombre de lo inverosímil,
la magia negra y blanca,
el silencio entrando en un bosque.
En tus ojos yo sentí
la frescura de la luz,
el calor mezcalino que hace de un cuerpo su propia envoltura,
la migración de las abejas por toda la piel,
la extensión inhóspita de la Antártida,
la selva cayendo sobre mí.
En tus brazos se ataban
el Océano Atlántico y el Pacífico
toda la sal del abismo
descubriendo la superficie
por vez primera,
diferentes colores
la misma desmesura,
lo que no se puede ver en un solo parpadeo,
las fisuras del agua
dejando filtrar el resplandor.
En tu lengua se fraguó
un designio irrevocable,
un paréntesis al llegar,
la oscuridad con que nací.
Seguro estás
en algún lugar sin nombre,
no en mi gratitud por los alimentos,
ni en mis búsquedas de diccionario,
ni en el alivio de sacarme los zapatos,
pero te encuentras impetuoso
cada vez que busco sorprendida
el fondo del mar
o cuando la montaña late sobre mis pasos,
ahí donde pertenezco
sin entender nada.
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