Las cosas que se rompen

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Tenemos tanto miedo a que algo se rompa.

A que la rutina se fracture. 

Que el jarrón de porcelana se quiebre. 

Que las horas se desgranen sin darnos tregua.

Que el vestido de los domingos se desgarre.

Que la piel de nuestros codos se reseque.

Que las cuerdas vocales se tronchen. 

Que la imagen amplificada de otros se destruya.

Que el monumento del parque se desgaste.

Que los diques de las presas se revienten.

Que las primeras y últimas veces se malogren.

Que la sonrisa perfecta se agujeree.

Que las ganas de quedarse se agrieten.

Que los secretos y acuerdos callados se quebranten.

Que la memoria a mediano y largo plazo se averíe.

Que el peinado recién hecho se estropee.

Que los decorados y andamios se resquebrajen. 

Que el nudo de las agujetas se deshaga. 

Que el paraíso momentáneo se destroce para siempre.

Que el futuro prometido se desmorone.

Que el motor de la licuadora se descomponga.

Que el pago quincenal sea cercenado.

Que el sueño sea interrumpido.

Que las polillas carcoman los nítidos recuerdos

O que, inesperadamente, nos corten el paso.

Le tenemos tanto miedo a la Muñeca Rota.

Al cuerpo incompleto.

Al árbol truncado.

A la pieza inconclusa.

A la palabra flotando en el aire.

Al acto irresoluto. 

A la casa en permanente obra negra.

Acaso sin darnos cuenta de que nuestra existencia 

Es de por sí fragmentaria

Imperfecta.

Harapienta.

Parcial.

Rota.

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