Las grietas que no vemos

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Lo roto siempre trae consigo algo de dolor y desconcierto, incluso en los mejores casos. ¿Cuántos no hemos maldecido nuestra suerte cada que rompemos un objeto por accidente? Cuando algo se rompe siempre resulta en evidencia. De esa manera percibimos que un plato se ha roto o, a veces, que un corazón está hecho pedazos. Por ejemplo, cuando un vaso se nos resbala de las manos, es gracias al estruendo y a los pedazos que resultan que nos damos cuenta y que podemos lamentar lo sucedido, recoger los desechos o tratar de buscar una solución inmediata. 

Sin embargo, también hay veces en que las cosas se rompen y no nos damos cuenta. Y cuando lo hacemos, muchas veces ya es demasiado tarde para solucionar el problema. Así, un moderno e imponente edificio, símbolo de la tecnología y contemporaneidad, si presenta daños en su estructura, cosa que a veces no es visible, es cuestión de tiempo para que sus fuertes muros se desmoronen cual polvorón. De esta manera, silenciosamente suceden tragedias que, a diferencia de las rupturas que sí percibimos, ocurren de manera más violenta, pues, al no darnos cuenta de las grietas hasta que éstas se abren por completo, casi siempre se trata de un golpe que cae de sorpresa. 

Pienso que las rupturas que ocurren sin presentar grietas exteriores ni crujidos les suceden a cosas mucho más complejas de apuntalar. Así, hay personas que tienen roto su reflejo y el brillo de su espejo no se los deja ver; personas con la sonrisa rota, pero con lustrosos dientes; miradas quebradas de ojos atentos; cartas llamativas escritas con plumas lagrimosas, o amabilidad encubriendo las grietas de una autoestima rota. 

A veces las cosas más frágiles no son los cristales de nuestras ventanas, sino las cosas que alojamos en lo secreto u oculto; aquello que olvidamos en un cajón bajo llave en alguna parte de nuestra mente o que pasa desapercibido. Ahora bien, cuando el esqueleto de un edificio se fractura, no hace falta mucha imaginación para visualizar la tragedia que aquello provoca; y así como los sismos, existen cosas que nos recuerdan la fragilidad de lo que creíamos inquebrantable. Entonces, ¿qué pasa con nuestra vida cuando el alma se rompe?

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